
Hay un virtud de este San Lorenzo de Diego Simeone que obliga a abrirle crédito en todos los frentes en los que participa. No es el gol, que tiene y en abundancia. Tampoco la frescura, que le sobra en los pibes a los que el DT les dio pista. No se trata de la versatilidad táctica ni de la vocación ofensiva que está fuera de discusión. La virtud que le abre crédito a San Lorenzo es la fe. La fe ciega. La irreductible capacidad para creer que los milagros existen. Y así, entonces, se entiende esta nueva proeza de San Lorenzo que lo estaciona por allá, bien arriba, en el Apertura.


El Ciclón arrancó dormido, o madrugado, con el gol de Franco Jara, pero se recuperó con un bombazo (y desvío) de Rivero. Volvió a sufrir un mazazo, con el gol de Tula, cuña del mismo palo, pero no se quedó en lamentos o buscando al culpable del pacto de caballeros con Arsenal que permitió que el defensor jugara. No, para nada...

Fue. Buscó. Sin claridad. A los tropezones. Con ímpetu. Con todo el corazón. Y, claro, tanta fe no podía quedarse sin recompensa. Primero con otro bombazo, de Rovira, y luego con uno más del Kily, que Papu desvió de cabeza, llegó el milagro. Ese milagro en el que San Lorenzo, contagiado por su técnico, creyó más que nadie. Por eso, claro, el Ciclón anda por allá arriba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario